Esculpir en tu propia alma la imagen
sublime que Dios concibió al formarte es la noble labor a la que damos el
nombre de autoformación. Trabajo personal, ningún otro puede hacerlo en tu
lugar. Has de ser tú quien desees ser noble, fuerte, limpio de alma. Has de
conocerte bien, descubrir las malas hierbas que hay en ella, y qué es lo que le
falta. El éxito ha lo obtendrás a costa de muchos esfuerzos, abnegaciones y
victorias alcanzadas sobre ti mismo, a base de negarte a menudo cosas
deleitosas, de hacer muchas veces lo que no te apetece, de no quejarte, y
seguir intentándolo.
Tu carácter y el curso que des a toda
tu vida dependen de pequeñas acciones mediante las cuales vas entretejiendo la suerte de tu vida.
Siembra un pensamiento y cosecharás el deseo; siembra un deseo y recogerás la
acción; siembra la acción y recogerás la costumbre; siembra la costumbre y
recogerás el carácter; siembra el carácter y tendrás por cosecha tu propia
suerte.
No pierdas jamás la ocasión de hacer
una obra buena, y si esta obra estuviere en pugna algunas veces con tu provecho
y deseo momentáneos, acostumbra tu voluntad a vencerlos... Así alcanzarás un
carácter con que puedas un día hacer algo grande.
Altísima escuela de carácter, la más
sublime que pueda haber, es la que nos hace exclamar con sentimiento sincero:
«Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42). Has de educar,
por tanto, tu voluntad para que se compenetre con la voluntad de Dios. Lograrás
la más valiosa autoeducación si tras tus acciones puedes contestar
afirmativamente a la pregunta: «Señor, ¿ha sido de veras tu voluntad lo que he
hecho? ¿Lo querías Tú de esta manera?»
Y esta educación del carácter has de
empezarla ahora. En la edad madura es mucho más difícil. Quien llega sin carácter
firme al ajetreo del mundo, es fácil que pierda hasta lo poco que haya podido
tener.
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